Метаданни
Данни
- Оригинално заглавие
- Der Froschkönig oder der eiserne Heinrich, 1812 (Обществено достояние)
- Превод от немски
- Хосе Санчез Биедма, 1879 (Обществено достояние)
- Форма
- Приказка
- Жанр
- Характеристика
- Оценка
- няма
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История
- — Добавяне
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- Оригинално заглавие
- Der Froschkönig oder der eiserne Heinrich, 1812 (Обществено достояние)
- Превод от немски
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En aquellos tiempos, cuando se cumplían todavía los deseos, vivía un rey, cuyas hijas eran todas muy hermosas, pero la más pequeña era más hermosa que el mismo sol, que cuando la veía se admiraba de reflejarse en su rostro. Cerca del palacio del rey había un bosque grande y espeso, y en el bosque, bajo un viejo lilo, había una fuente; cuando hacía mucho calor, iba la hija del rey al bosque y se sentaba a la orilla de la fresca fuente; cuando iba a estar mucho tiempo, llevaba una bola de oro, que tiraba a lo alto y la volvía a coger, siendo este su juego favorito.
Pero sucedió una vez que la bola de oro de la hija del rey no cayó en sus manos, cuando la tiró a lo alto, sino que fue a parar al suelo y de allí rodó al agua. La hija del rey la siguió con los ojos, pero la bola desapareció, y la fuente era muy honda, tan honda que no se veía su fondo. Entonces comenzó a llorar, y lloraba cada vez más alto y no podía consolarse. Y cuando se lamentaba así, la dijo una voz:
—¿Qué tienes, hija del rey, que te lamentas de modo que puedes enternecer a una piedra?
Miró entonces a su alrededor, para ver de dónde salía la voz, y vio una rana que sacaba del agua su asquerosa cabeza:
—¡Ah! ¿eres tú, vieja azotacharcos? —la dijo—; lloro por mi bola de oro, que se me ha caído a la fuente.
—Tranquilízate y no llores —la contestó la rana—; yo puedo sacártela, pero ¿qué me das, si te devuelvo tu juguete?
—Lo que quieras, querida rana —la dijo—; mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas y hasta la corona dorada que llevo puesta.
La rana contestó:
—Tus vestidos, tus perlas y piedras preciosas y tu corona de oro no me sirven de nada; pero si me prometes amarme y tenerme a tu lado como amiga y compañera en tus juegos, sentarme contigo a tu mesa, darme de beber en tu vaso de oro, de comer en tu plato y acostarme en tu cama, yo bajaré al fondo de la fuente y te traeré tu bola de oro.
—¡Ah! —la dijo—; te prometo todo lo que quieras, si me devuelves mi bola de oro.
Pero pensó para sí: «¡Cómo charla esa pobre rana! Porque canta en el agua entre sus iguales, se figura que puede ser compañera de los hombres.»
La rana, en cuanto hubo recibido la promesa, hundió su cabeza en el agua, bajó al fondo y un rato después apareció de nuevo, llevando en la boca la bola, que arrojó en la yerba. La hija del rey, llena de alegría en cuanto vio su hermoso juguete, le cogió y se marchó con él saltando.
—¡Espera, espera! —la gritó la rana—. Llévame contigo; yo no puedo correr como tú.
Pero de poco la sirvió gritar lo más alto que pudo, pues la princesa no la hizo caso, corrió hacia su casa y olvidó muy pronto a la pobre rana, que tuvo que quedarse en su fuente.
Al día siguiente, cuando se sentó a la mesa con el rey y los cortesanos, y cuando comía en su plato de oro, oyó subir una cosa, por la escalera de mármol, que cuando llegó arriba, llamó a la puerta y dijo:
—Hija del rey, la más pequeña, ábreme.
Se levantó la princesa y quiso ver quién estaba fuera; pero, en cuanto abrió, vio a la rana en su presencia. Cerró la puerta corriendo, se sentó en seguida a la mesa y se puso muy triste. El rey al ver su tristeza la preguntó:
—Hija mía, ¿qué tienes? ¿hay a la puerta algún gigante y viene a llevarte?
—¡Ah, no! —contestó—; no es ningún gigante, sino una fea rana.
—¿Qué te quiere la rana?
—¡Ay, amado padre! Cuando estaba yo ayer jugando en el bosque, junto a la fuente, se me cayó al agua mi bola de oro. Y como yo lloraba, fue a buscarla la rana, después de haberme exigido promesa de que sería mi compañera; pero nunca creí que pudiera salir del agua. Ahora ha salido ya y quiere entrar.
Entre tanto llamaba por segunda vez diciendo:
—Hija del rey, la más pequeña,
ábreme;
¿no sabes lo que me dijiste ayer
junto a la fría agua de la fuente?
Hija del rey, la más pequeña,
ábreme.
Entonces dijo el rey:
—Debes cumplirla lo que la has prometido, ve y ábrela.
Fue y abrió la puerta y entró la rana, yendo siempre junto a sus pies hasta llegar a su silla. Se colocó allí y dijo:
—Ponme encima de ti.
La niña vaciló hasta que lo mandó el rey. Pero cuando la rana estuvo ya en la silla:
—Quiero subir encima de la mesa —y así que la puso allí, dijo—: Ahora acércame tu plato dorado, para que podamos comer juntas.
Hízolo en seguida; pero se vio bien que no lo hacía de buena gana. La rana comió mucho, pero dejaba casi la mitad de cada bocado. Al fin dijo:
—Estoy harta y cansada, llévame a tu cuartito y échame en tu cama y dormiremos juntas.
La hija del rey comenzó a llorar y receló que no podría descansar junto a la fría rana, que quería dormir en su hermoso y limpio lecho. Pero el sapo se incomodó y dijo:
—No debes despreciar al que te ayudó cuando te hallabas en la necesidad.
Entonces la cogió con sus dos dedos, la llevó y la puso en un rincón. Pero en cuanto estuvo en la cama, se acercó la rana arrastrando y la dijo:
—Estoy cansada, quiero dormir tan bien como tú; súbeme, o se lo digo a tu padre.
La princesa se incomodó entonces mucho, la cogió y la tiró contra la pared con todas sus fuerzas.
—Ahora descansarás, rana asquerosa.
Pero cuando cayó al suelo la rana se convirtió en el hijo de un rey con ojos hermosos y amables, que fue desde entonces, por la voluntad de su padre, su querido compañero y esposo y la refirió que había sido encantado por una mala hechicera y que nadie podía sacarle de la fuente más que ella sola y que al día siguiente se marcharían a su país.
Entonces durmieron hasta el otro día y en cuanto salió el sol se metieron en un coche tirado por siete caballos blancos que llevaban plumas blancas en la cabeza y tenían por riendas cadenas de oro; detrás iba el criado del joven rey, que era el fiel Enrique. El fiel Enrique se afligió tanto cuando su señor fue convertido en rana, que se había puesto tres varillas de hierro encima del corazón para que no saltase del dolor y la tristeza. Pero el joven rey debía hacer el viaje en su coche: el fiel Enrique subió después de ambos, se colocó detrás de ellos e iba lleno de alegría por la libertad de su amo. Y cuando hubieron andado un poco del camino oyó el hijo del rey una cosa que sonaba detrás, como si se rompiera algo. Entonces se volvió y dijo:
—¿Enrique, se ha roto el coche?
—No señor, no se rompió,
es tan solo una varilla
de las que en mi corazón
para impedir se saltase
por la pena y el dolor
puse, mientras en la fuente
estabais, cual rana, vos.
Todavía volvió a sonar otra vez y otra vez en el camino y el hijo del rey creía siempre que se rompía el coche, y eran las varillas que saltaban del corazón del fiel Enrique porque su señor era libre y feliz.
Dans des temps très anciens, alors qu’il pouvait encore être utile de faire des voeux, vivait un roi dont toutes les filles étaient belles. La plus jeune était si belle que le soleil, qui en a cependant tant vu, s’étonnait chaque fois qu’il illuminait son visage. Non loin du château du roi, il y avait une grande et sombre forêt et, dans la forêt, sous un vieux tilleul, une fontaine. Un jour qu’il faisait très chaud, la royale enfant partit dans le bois, et s’assit au bord de la source fraîche. Et comme elle s’ennuyait, elle prit sa balle en or, la jeta en l’air et la rattrapa; c’était son jeu favori.
Il arriva que la balle d’or, au lieu de revenir dans sa main, tomba sur le sol et roula tout droit dans l’eau. La princesse la suivit des yeux, mais la balle disparut : la fontaine était si profonde qu’on n’en voyait pas le fond. La jeune fille se mit à pleurer, à pleurer de plus en plus fort; elle était inconsolable. Comme elle gémissait ainsi, quelqu’un lui cria : « Pourquoi pleures-tu, princesse, si fort qu’une pierre s’en laisserait attendrir ? » Elle regarda autour d’elle pour voir d’où venait la voix et aperçut une grenouille qui tendait hors de l’eau sa tête grosse et affreuse. « Ah ! c’est toi, vieille barboteuse ! » dit-elle, « je pleure ma balle d’or qui est tombée dans la fontaine. » - « Tais-toi et ne pleure plus, » dit la grenouille, « je vais t’aider. Mais que me donneras-tu si je te rapporte ton jouet ? » - « Ce que tu voudras, chère grenouille, » répondit-elle, « mes habits, mes perles et mes diamants et même la couronne d’or que je porte sur la tête. » - « Je ne veux ni de tes perles, ni de tes diamants, ni de ta couronne. Mais, si tu acceptes de m’aimer, si tu me prends comme compagne et camarade de jeux, si je peux m’asseoir à ta table à côté de toi, manger dans ton assiette, boire dans ton gobelet et dormir dans ton lit, si tu me promets tout cela, je plongerai au fond de la source et te rendrai ta balle. » - « Mais oui, » dit-elle, « je te promets tout ce que tu veux à condition que tu me retrouves ma balle. » Elle se disait : Elle vit là, dans l’eau avec les siens et coasse. Comment serait-elle la compagne d’un être humain ?
Quand la grenouille eut obtenu sa promesse, elle mit la tête sous l’eau, plongea et, peu après, réapparut en tenant la balle entre ses lèvres. Elle la jeta sur l’herbe. En retrouvant son beau jouet, la fille du roi fut folle de joie. Elle le ramassa et partit en courant. « Attends ! Attends ! » cria la grenouille. « Emmène-moi ! Je ne peux pas courir aussi vite que toi ! » Mais il ne lui servit à rien de pousser ses ‘coâ ! coâ ! coâ !’ aussi fort qu’elle pouvait. La jeune fille ne l’écoutait pas. Elle se hâtait de rentrer à la maison et bientôt la pauvre grenouille fut oubliée. Il ne lui restait plus qu’à replonger dans la fontaine.
Le lendemain, comme la petite princesse était à table, mangeant dans sa jolie assiette d’or, avec le roi et tous les gens de la Cour, on entendit - plouf ! plouf ! plouf ! plouf ! - quelque chose qui montait l’escalier de marbre. Puis on frappa à la porte et une voix dit : « Fille du roi, la plus jeune, ouvre moi ! » Elle se leva de table pour voir qui était là. Quand elle ouvrit, elle aperçut la grenouille. Elle repoussa bien vite la porte et alla reprendre sa place. Elle avait très peur. Le roi vit que son coeur battait fort et dit : « Que crains-tu, mon enfant ? Y aurait-il un géant derrière la porte, qui viendrait te chercher ? » - « Oh ! non, » répondit-elle, « ce n’est pas un géant, mais une vilaine grenouille. » - « Que te veut cette grenouille ? » - « Ah ! cher père, hier, comme j’étais au bord de la fontaine et que je jouais avec ma balle d’or, celle-ci tomba dans l’eau. Parce que je pleurais bien fort, la grenouille me l’a rapportée. Et comme elle me le demandait avec insistance, je lui ai promis qu’elle deviendrait ma compagne. Mais je ne pensais pas qu’elle sortirait de son eau. Et voilà qu’elle est là dehors et veut venir auprès de moi. » Sur ces entrefaites, on frappa une seconde fois à la porte et une voix dit :
« Fille du roi, la plus jeune,
Ouvre-moi !
Ne sais-tu plus ce qu’hier
Au bord de la fontaine fraîche
Tu me promis ?
Fille du roi, la plus jeune,
Ouvre-moi ! »
Le roi dit alors : « Ce que tu as promis, il faut le faire. Va et ouvre ! » Elle se leva et ouvrit la porte. La grenouille sautilla dans la salle, toujours sur ses talons, jusqu’à sa chaise. Là, elle s’arrêta et dit : « Prends-moi auprès de toi ! » La princesse hésita. Mais le roi lui donna l’ordre d’obéir. Quand la grenouille fut installée sur la chaise, elle demanda à monter sur la table. Et quand elle y fut, elle dit : « Approche ta petite assiette d’or, nous allons y manger ensemble. » La princesse fit ce qu’on voulait, mais c’était malgré tout de mauvais coeur. La grenouille mangea de bon appétit ; quant à la princesse, chaque bouchée lui restait au travers de la gorge. À la fin, la grenouille dit : « J’ai mangé à satiété; maintenant, je suis fatiguée. Conduis-moi dans ta chambrette et prépare ton lit de soie; nous allons dormir. » La fille du roi se mit à pleurer; elle avait peur du contact glacé de la grenouille et n’osait pas la toucher. Et maintenant, elle allait dormir dans son joli lit bien propre ! Mais le roi se fâcha et dit : « Tu n’as pas le droit de mépriser celle qui t’a aidée quand tu étais dans le chagrin. » La princesse saisit la grenouille entre deux doigts, la monta dans sa chambre et la déposa dans un coin. Quand elle fut couchée, la grenouille sauta près du lit et dit : « Prends-moi, sinon je le dirai à ton père. » La princesse se mit en colère, saisit la grenouille et la projeta de toutes ses forces contre le mur : « Comme ça tu dormiras, affreuse grenouille ! »
Mais quand l’animal retomba sur le sol, ce n’était plus une grenouille. Un prince aux beaux yeux pleins d’amitié la regardait. Il en fut fait selon la volonté du père de la princesse. Il devint son compagnon aimé et son époux. Il lui raconta qu’une méchante sorcière lui avait jeté un sort et la princesse seule pouvait l’en libérer. Le lendemain, ils partiraient tous deux pour son royaume. Ils s’endormirent et, au matin, quand le soleil se leva, on vit arriver une voiture attelée de huit chevaux blancs. Ils avaient de blancs plumets sur la tête et leurs harnais étaient d’or. À l’arrière se tenait le valet du jeune roi. C’était le fidèle Henri. Il avait eu tant de chagrin quand il avait vu son seigneur transformé en grenouille qu’il s’était fait bander la poitrine de trois cercles de fer pour que son coeur n’éclatât pas de douleur. La voiture devait emmener le prince dans son royaume. Le fidèle Henri l’y fit monter avec la princesse, et s’installa de nouveau à l’arrière, tout heureux de voir son maître libéré du mauvais sort.
Quand ils eurent roulé pendant quelque temps, le prince entendit des craquements derrière lui, comme si quelque chose se brisait. Il tourna la tête et dit :
« Henri, est-ce l’attelage qui brise ses chaînes ? »
« Eh ! non, Seigneur, ce n’est pas la voiture,
Mais de mon coeur l’une des ceintures.
Car j’ai eu tant de peine
Quand vous étiez dans la fontaine,
Transformé en grenouille vilaine ! »
Par deux fois encore, en cours de route, on entendit des craquements et le prince crut encore que la voiture se brisait. Mais ce n’était que les cercles de fer du fidèle Henri, heureux de voir son seigneur délivré.